La Caravana Internacional de Observación y Solidaridad que este verano visitó las comunidades zapatistas está dando sus primeros frutos. Ante la alarmante situación que pudieron observar en Chiapas, el movimiento de solidaridad con la lucha zapatista está reorganizándose para hacer frente a la ofensiva militar y paramilitar que amenaza a las comunidades en resistencia.
El pasado 1 de agosto, el subcomandante Marcos volvió a repetir en el Caracol de la Garrucha, en referencia al movimiento zapatista, que “ha pasado de moda”. Cierto es que, desde las montañas del sureste mexicano, es sencillo comprobar que el movimiento social de apoyo al zapatismo puede no ser tan fecundo como antaño. Efectivamente, desde los primeros encuentros intercontinentales (galácticos, que dirían allá) hasta nuestros días, los indígenas que habitan la Selva Lacandona han podido observar que, de un tiempo a esta parte, no eran tantos los que hasta allí acudían para conocer y apoyar la autonomía zapatista. La situación es grave, “se huele el olor de la guerra”. Pero, al mismo tiempo, también es esperanzadora.
Durante este verano pasado, una Caravana Nacional e Internacional de Observación y Solidaridad con las Comunidades Zapatistas de Chiapas volvió a estrechar los lazos. Eran 300 personas llegadas desde lugares variopintos de México, España, Italia, Grecia, Francia, Canadá, Uruguay o Estados Unidos. El viaje se había gestado en el último encuentro de la Europa Zapatista celebrado en mayo en Atenas. Muchas de esas personas viajaban a las comunidades zapatistas por primera vez. Algunas de ellas no participaban activamente en ningún grupo de apoyo. Todas ellas pudieron sentir, más allá de las informaciones leídas, que el zapatismo es un movimiento vivo del que hay mucho que aprender.
Durante los 12 días que duró el viaje, los caravanistas se repartieron en cuatro de los cinco caracoles (campamentos zapatistas), La Garrucha, Morelia, Oventik y La Realidad recibieron a sus invitados con toda su generosidad. Con fiesta y conversación. Con cánticos y pláticas. Con comidas y emoción.
A los medios de comunicación quizás ya no les interesa Marcos, ni el zapatismo, ni la situación de los indígenas de Chiapas. Pero a muchas personas del mundo sí les importa lo que allí esta pasando. Y la situación es grave, como se pudo constatar. El territorio chiapaneco está siendo ofrecido por el Gobierno mexicano y sus instituciones a la codicia de las empresas que tienen grandes intereses en la zona. Recursos hídricos, minerales, ecoturismo, madera, etc. Sólo les sobran los zapatistas, esas personas dignas y rebeldes que han pasado en apenas 15 años de la esclavitud a la dignidad colectiva.
Vientos de guerra
Cualquier método les sirve en su ofensiva : intoxicación de ríos con fertilizantes, ataques cada vez más duros y frecuentes contra los legítimos habitantes de la selva con la utilización de paramilitares (lo que recuerdan con desgracia a otros territorios vilipendiados) o la ocupación armada de las tierras recuperadas con excusas tan mentirosas como que allí plantan marihuana. Esto último es especialmente torticero cuando cualquiera que tenga interés sabe que en las comunidades en resistencia no permiten ni el consumo ni la venta de drogas, incluido el alcohol.
Todo ello pudo ser comprobado en San Alejandro, en Hermenegildo
La Galeana o en Cruztón, por citar tan sólo algunas de las comunidades visitadas a las que llevaron las Juntas de Buen Gobierno a los caravanistas. Por encima de la rabia que producen estas brutalidades, los mayores momentos de emoción y solidaridad se vivieron al descubrir la cotidianidad del movimiento zapatista : la autoestima colectiva recuperada, la manera de organizarse para trabajar la milpa, los esfuerzos y avances en materias de promoción de la salud, la educación o la justicia… en definitiva, la organización que han construido sin exclusiones y que permite que miles de indígenas se vayan empoderando.
Con esa gran lección aprendida, las personas que participaron en la Caravana han vuelto con ganas de demostrar al mundo, y en especial a Felipe Calderón y demás “malos gobernantes” mexicanos, que “los zapatistas no están solos” y que ninguna agresión contra ellos será impune.
El pasado 1 de agosto, el subcomandante Marcos volvió a repetir en el Caracol de la Garrucha, en referencia al movimiento zapatista, que “ha pasado de moda”. Cierto es que, desde las montañas del sureste mexicano, es sencillo comprobar que el movimiento social de apoyo al zapatismo puede no ser tan fecundo como antaño. Efectivamente, desde los primeros encuentros intercontinentales (galácticos, que dirían allá) hasta nuestros días, los indígenas que habitan la Selva Lacandona han podido observar que, de un tiempo a esta parte, no eran tantos los que hasta allí acudían para conocer y apoyar la autonomía zapatista. La situación es grave, “se huele el olor de la guerra”. Pero, al mismo tiempo, también es esperanzadora.
Durante este verano pasado, una Caravana Nacional e Internacional de Observación y Solidaridad con las Comunidades Zapatistas de Chiapas volvió a estrechar los lazos. Eran 300 personas llegadas desde lugares variopintos de México, España, Italia, Grecia, Francia, Canadá, Uruguay o Estados Unidos. El viaje se había gestado en el último encuentro de la Europa Zapatista celebrado en mayo en Atenas. Muchas de esas personas viajaban a las comunidades zapatistas por primera vez. Algunas de ellas no participaban activamente en ningún grupo de apoyo. Todas ellas pudieron sentir, más allá de las informaciones leídas, que el zapatismo es un movimiento vivo del que hay mucho que aprender.
Durante los 12 días que duró el viaje, los caravanistas se repartieron en cuatro de los cinco caracoles (campamentos zapatistas), La Garrucha, Morelia, Oventik y La Realidad recibieron a sus invitados con toda su generosidad. Con fiesta y conversación. Con cánticos y pláticas. Con comidas y emoción.
A los medios de comunicación quizás ya no les interesa Marcos, ni el zapatismo, ni la situación de los indígenas de Chiapas. Pero a muchas personas del mundo sí les importa lo que allí esta pasando. Y la situación es grave, como se pudo constatar. El territorio chiapaneco está siendo ofrecido por el Gobierno mexicano y sus instituciones a la codicia de las empresas que tienen grandes intereses en la zona. Recursos hídricos, minerales, ecoturismo, madera, etc. Sólo les sobran los zapatistas, esas personas dignas y rebeldes que han pasado en apenas 15 años de la esclavitud a la dignidad colectiva.
Vientos de guerra
Cualquier método les sirve en su ofensiva : intoxicación de ríos con fertilizantes, ataques cada vez más duros y frecuentes contra los legítimos habitantes de la selva con la utilización de paramilitares (lo que recuerdan con desgracia a otros territorios vilipendiados) o la ocupación armada de las tierras recuperadas con excusas tan mentirosas como que allí plantan marihuana. Esto último es especialmente torticero cuando cualquiera que tenga interés sabe que en las comunidades en resistencia no permiten ni el consumo ni la venta de drogas, incluido el alcohol.
Todo ello pudo ser comprobado en San Alejandro, en Hermenegildo
La Galeana o en Cruztón, por citar tan sólo algunas de las comunidades visitadas a las que llevaron las Juntas de Buen Gobierno a los caravanistas. Por encima de la rabia que producen estas brutalidades, los mayores momentos de emoción y solidaridad se vivieron al descubrir la cotidianidad del movimiento zapatista : la autoestima colectiva recuperada, la manera de organizarse para trabajar la milpa, los esfuerzos y avances en materias de promoción de la salud, la educación o la justicia… en definitiva, la organización que han construido sin exclusiones y que permite que miles de indígenas se vayan empoderando.
Con esa gran lección aprendida, las personas que participaron en la Caravana han vuelto con ganas de demostrar al mundo, y en especial a Felipe Calderón y demás “malos gobernantes” mexicanos, que “los zapatistas no están solos” y que ninguna agresión contra ellos será impune.