El domingo 27 de enero de 1985 dos periodistas andaluces, Juan Emilio Ballesteros y Rafael Debén, que se encontraban en Libia formando parte de una expedición organizada por el Sindicato de Obreros del Campo (SOC), deambulaban por los pasillos del hotel La Puerta del Mar, en Trípoli, cuando se dieron de bruces con Alejandro Rojas Marcos y Luis Uruñuela, máximos dirigentes del Partido Andalucista. "Con lo grande que es el mundo...", dijo un Uruñuela evidentemente sorprendido y aturrullado.
El PA se apresuró a desmentir que sus líderes hubiesen viajado a Libia a por dinero para la organización: sólo eran invitados del Congreso del Pueblo Árabe, cuya sede estaba en Trípoli. Pero no era la primera vez ni la última que los nacionalistas andaluces visitaron a Gadafi. Tampoco fue aquella la única comitiva de jornaleros, ecologistas, estudiantes y profesionales progresistas que el dirigente del SOC Francisco Casero se encargó de organizar. Precisamente fue Casero quien, años más tarde, desmintió a la prensa internacional el rumor que llegó a todo el mundo de que el coronel había muerto en los bombardeos lanzados por Ronald Reagan en la primavera de 1986. Por el contrario, el alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, el otro referente del SOC de la época, nunca se movió por aquellas tierras. El sátrapa libio, del que reniegan los gobernantes occidentales que le vendieron armas y le siguen comprando petróleo, no fue siempre el apestado que ahora parece. Y no sólo los gobernantes: tras derrocar la monarquía feudal y nacionalizar la Shell, Muamar Gadafi se erigió en líder de un confuso socialismo panárabe y paladín del antiimperialismo. Y eso explica su prestigio entre ciertos sectores de la izquierda, que lo valoraban como uno de los puntales del Movimiento de Países No Alineados. Varios centenares de andaluces le rindieron pleitesía, establecieron relaciones fructíferas con su dictadura y peregrinaron a Libia. Durante muchos años. Un periodista que participó en uno de los primeros periplos comenta que eran alojados en residencias espartanas, recibían adoctrinamiento sobre el régimen de Gadafi, con el Libro Verde como guía inexorable, arreglaban jardines y visitaban las obras de regadío con las que se trataba de ganar tierra cultivable al desierto. Todo a gastos pagados. Recuerda que Libia, gracias a la explotación del crudo, nadaba entonces en la abundancia: era frecuente ver coches de gran cilindrada abandonados en la calle simplemente porque se les había estropeado alguna pieza. Sus dueños los dejaban y se compraban otros nuevos. Casero reconoce que su primer viaje a Libia lo hizo en 1984 bajo la cobertura de Los Verdes de Alemania y que desde entonces ha llevado a más de trescientos andaluces, sobre todo estudiantes y jornaleros. Entre ellos el después abogado sevillano Miguel Cuéllar; Manuel González Molina, que luego sería director general de Agricultura Ecológica de la Junta de Andalucía; Antonio Ramírez de Arellano, vicerrector de la Universidad de Sevilla, y Francisco Muñoz Muñoz, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Granada, investigador del Instituto de la Paz y los Conflictos y esposo de la ex consejera de Educación Cándida Martínez. El último viaje de Francisco Casero fue hace sólo cuatro años, y le acompañaba el editor Manuel Pimentel, ex ministro de Trabajo del PP, interesado en unas importantes ruinas romanas. Casero guarda un buen recuerdo de aquellos viajes, que le permitieron conocer al coronel Gadafi ("era muy distinto en el trato personal que cuando actuaba delante de más gente"), participar en plantaciones de árboles, intervenir en el pseudoparlamento del país y debatir sobre la paz en el Mediterráneo. Sus visitas no eran nada clandestinas, ya que solía entrevistarse con el embajador de España. Intentó facilitar los intercambios comerciales entre las dos naciones y no encontró respaldo en las autoridades españolas en su labor mediadora a fin de que se permitiese la entrada de jóvenes libios para estudiar en Andalucía. Conserva una queja, sin embargo, sobre sus amigos libios: discriminaban y maltrataban a los inmigrantes negros y coreanos que corrían con el trabajo más rudo. Más organizada, estrecha y cooperante fue la presencia del Partido Andalucista en territorio libio. Javier Aroca, que estaba en el departamento de relaciones internacionales del PA a las órdenes de Manuel González, viajó a Libia por vez primera en 1979, y desde entonces ha estado más de treinta veces. No fue fácil su vida allí, rodeado de mujeres peludas, con la total prohibición de beber alcohol (llegó a beber cubatas elaborados con alcohol de cáscaras de patatas y una cola infame de fabricación nacional), una comida siempre igual, a base de sopa y cordero exclusivamente, y teniendo que dormir en ocasiones en camarotes de barcos anclados en el puerto. Más tarde mejoró la infraestructura hotelera. Un día se escapó del control de los funcionarios del régimen y, junto a otro joven andalucista (José Antonio Sainz-Pardo, que posteriormente sería alto cargo con el PSOE en la Junta), se plantaron en un hotel de lujo y pidieron una habitación. Tras la negativa pertinente -ni siquiera iban documentados- ambos exigieron entrevistarse con el comité popular del hotel y lograron su objetivo. El andalucismo abría puertas en la Libia de Gadafi. ¿A qué fueron a Libia los andalucistas? Aroca, licenciado en Derecho y Antropología, explica el contexto. Con la enemiga del PSOE, el PA se integró en una especie de Internacional progresista de las naciones ribereñas del Mediterráneo, en la que estaban el partido único de Libia, los baasistas de Iraq, los de Siria y otros. De modo que colaboraron con los libios en diversos frentes. Gracias a estos contactos, el Partido Andalucista, que había logrado en 1979 los mejores resultados de su historia en unas elecciones generales (cinco diputados) y también la Alcaldía de Sevilla -gracias a un pacto con PSOE y PCA-, pudo organizar numerosas actividades de carácter sobre todo cultural, entre ellas un Congreso de Cultura Árabe que se celebró en Sevilla. Los libios lo pagaban todo. En señal de agradecimiento el alcalde Uruñuela estuvo a punto de ceder al Gobierno de Trípoli un edificio histórico en la Puerta de Jerez para la puesta en marcha de un centro cultural de influencia libia. No pudo hacerse. La confraternización PA-Gadafi y la largueza de la dictadura de Trípoli extendieron una sospecha que ni aún hoy ha quedado despejada: la presunta financiación del nacionalismo andaluz por parte de Libia. Nunca se ha probado de modo fehaciente, aunque son numerosos los militantes del PA de entonces que la creen muy verosímil. Lo cierto es que la dirección del PA creó una empresa, Exportándalus, cuya sede inicial estuvo en el barrio sevillano de Los Remedios, donde el citado Javier Aroca hacía las veces de director comercial, bajo la tutela de Pedro González, secretario de Relaciones Internacionales del partido. Exportándalus actuaba como intermediaria para la exportación a Libia de muebles, zapatos, conservas, aceites, cuero y otros productos. Naturalmente, cobraba por sus servicios. Como ocurre en todos los países con legalidad dudosa y dúctil, la materialización de estas operaciones exigía la activación de los contactos a nivel político, y de eso se encargaba Aroca, entre otros, con incontable viajes y mediaciones. Si el pago por estas labores significó también una fuente de financiación para el Partido Andalucista o para alguno de sus dirigentes no ha podido establecerse con certeza. Lo cierto es que Exportándalus siguió funcionando una vez la abandonó Javier Aroca por discrepancias con Rojas Marcos. Uno de los gerentes posteriores que tuvo fue Cristóbal Montes, un andalucista residente en Madrid, padre de la cantante Clara Montes. El que fue primer alcalde democrático de Sevilla tras la guerra civil, Luis Uruñuela, al que los dos periodistas sorprendieron en el hotel más lujoso de Trípoli en enero de 1985, ha explicado que aquélla fue la única ocasión en que visitó Libia, y lo hizo para interceder en favor de varios empresarios sevillanos a los que los libios les debían dinero. De la supuesta financiación del partido asegura no saber nada. Uruñuela admite la existencia y actividad de la empresa Exportándalus, pero la desvincula del Partido Andalucista que él llegó a liderar durante años. Ni conocía cómo funcionaba ni vio jamás un papel de la compañía, nada de nada. "Esas cosas las llevaba Alejandro [Rojas Marcos]", concluyó.