viernes, 9 de julio de 2021

Menos presidentes, pero mejores; aunque mejor ninguno. Agustín Guillamón




Se asegura que el undécimo presidente de la Generalidad es el número 132 de una larga lista, que incluye a clérigos, abades y obispos de un organismo de recaudación de impuestos medieval que nada tiene que ver con una Presidencia de la Generalidad, pero que le sirvió de inspiración a Josep Maria Solé Sabaté para presentarle a su amo y señor, Jordi Pujol Soley, lo que este le exigía: un pedigrí que le permitiese afirmar que existían más presidentes de la Generalidad que monarcas ingleses.

En 2003, Josep Maria Solé Sabaté, al servicio del todopoderoso mafioso Jordi Pujol, publicó la obra colectiva Historia de la Generalitat de Catalunya i dels seus presidents, dentro de la Enciclopèdia Catalana. ​ En esta obra, Solé Sabaté incluía una «lista de los presidentes de la Generalitat», confeccionada mediante el siguiente procedimiento: durante el periodo 1359 a 1914 (anterior a la creación de la Generalidad de Cataluña), Solé Sabaté decidió considerar «presidente de la Generalidad» al que determinó por razones protocolarias como diputado eclesiástico más destacado de la Diputació del General de Catalunya, aunque ninguno de tales diputados ostentara jamás el cargo de «presidente» y pese a que la Diputació del General de Catalunya era un órgano recaudatorio de las Cortes Catalanas, que nada tenía que ver con un gobierno, ni nada parecido. Por descontado, mezquindad mediante, caen de esa lista de clérigos, abades y obispos aquellos botiflers que optaron por Felipe V. Ese organismo fue disuelto por el Decreto de Nueva Planta en 1716, aunque brevemente restituido durante dos años en 1874-1875. La lista de JM Solé Sabaté, a partir de 1931, incluye tanto a los presidentes de la Generalidad reconocidos por el Estado español, como a aquellos que se proclamaron «presidentes en el exilio», pero excluye a aquellos nombrados por el Gobierno español durante el presidio de Lluís Companys en 1934-1936. ​

Quizás sería mejor no presumir tanto del número de presidentes como de su prestigio y calidad. Un prestigio que anda un tanto maltrecho y deteriorado, por no decir que en caída libre, después de Josep Tarradellas, con la notable excepción de Pascual Maragall.

Veamos sucintamente esos 11 presidentes:

Macíá, primer presidente de la Generalidad, coronel del ejército español, fallecido en la Navidad de 1933.

Companys, fusilado por los franquistas en octubre de 1940.

Irla, un presidente exiliado, no reconocido por el gobierno español, que no sabemos si debiera figurar, o no, en la lista de presidentes reales de la Generalidad.

Josep Tarradellas, restaurador de la Generalidad y su cuarto presidente. Enlazó la legitimidad republicana con su reconocimiento por el Estado español. De ahí, la inclusión de Irla, que de otro modo no sería admisible,

El quinto presidente fue Jordí Pujol Soley, acusado en estos momentos de esquilmar Cataluña durante 23 años, mediante la construcción de una mafia familiar y clientelar. Ha desacreditado, ultrajado y deshonrado el cargo de presidente de la Generalidad, quizás de forma permanente e irremediable. Repugnante e inmoral. Indigno del cargo y de la institución: confundió patria y patrimonio.

El sexto fue Pascual Maragall, el de las Olimpiadas de Barcelona y responsable de la mayor remodelación y modernización de Cataluña. Situó a Barcelona en el mapa internacional.

El séptimo fue el cordobés y socialista Montilla, muy criticado en los medios nacionalistas por… su acento.

El octavo, Artur Mas, desmanteló entusiasta y conscientemente la sanidad y la educación catalanas. Una manifestación de indignados rodeó el Parlament para evitar la aprobación de unos presupuestos antisociales que destruían una sanidad y una educación públicas de calidad. Se le ha castigado con una pensión de más de siete mil euros mensuales, a cobrar desde abril de 2021. Esa pensión, sumada al pago de secretarias, céntrico despacho, chófer y aparato de seguridad le costará al presupuesto de la Generalidad medio millón de euros anuales.

El noveno y el décimo no ganaron nunca unas elecciones, sino que fueron nombrados a dedo. Mas nombró como su vicario y sucesor a Puigdemont de Waterloo, el de los siete segundos de independencia. El divino Puigdemont, a su vez, buscó al más sumiso, fiel y maleable, nominando a Torra como su vicario en la Tierra. Torra, el inútil con vocación fracasada de mártir de la patria, incapaz de coordinar un gobierno porque no era tolerado por sus propios consellers, el insufrible solipsista que, en plena pandemia, subcontrató la gestión de las residencias de mayores a un amiguete del Tsunami. La Degeneralidad alcanzó cotas impensables de degradación, vodevil y dejación de funciones.

Así, pues, Aragonés es el undécimo presidente de la Generalidad (décimo si no contamos a Irla). Eso del 132 presidente de la Generalidad es una falacia de Solé Sabaté, encargada y pagada por el presidente Jordi Pujol, pecado venial de vanidad del mafioso con tratamiento de Honorable. Mejor una mínima calidad, honorabilidad y dignidad de quienes ostentan el cargo en la presidencia de la Generalidad, que un número tan astronómico como falso de presidentes.

Pujol, Mas, Puigdemont y Torra han conseguido hundir el prestigio de la institución de la Presidencia de la Generalidad a unos niveles tan despreciables y frágiles como indignos e insoportables, que probablemente Josep Tarradellas no hubiera imaginado jamás, ni en sus peores pesadillas.

La Degeneralidad de Pujol, Mas, Puigdemont y Torra no es sostenible, ni puede profundizar aún más el desastre socioeconómico y político que ha provocado en el país, por la sencilla razón de que nos quedamos sin futuro y sin país. La decadencia catalana en todos los órdenes y actividades, desde el terreno económico al social y político, es una pendiente resbaladiza imparable. Cataluña se fue a la mierda con la mafia de los Pujol, y allí seguirá revolcándose mientras su destino se decida en Sanedrines, Tsunamis o Consells de la República y las más diversas organizaciones mafiosas y elitistas, salvadoras de la patria y vendedoras de humo.

Si Aragonés ha de someterse a un fantasmagórico Consell de la República, de gente cooptada entre sí, no sometido a ningún proceso electoral o democrático, enfrentando la mitad de los catalanes a la otra mitad por cuestiones ideológicas y eternas disputas sobre el sexo de los ángeles, el daño puede ser letal y definitivo, sin retorno.

¡Es la economía, covidiotas!

Menos presidentes, pero mejores; aunque mejor ninguno: ¡Visca Catalunya sense govern ni presidents! ¡Visca Catalunya lliure d´inútils, mafiosos i màrtirs!

Agustín Guillamón

Barcelona, junio de 2021