miércoles, 5 de enero de 2022

Galiza: Medio Rural prohíbe plantar más eucaliptos






Galicia, la región forestal más productiva de toda Europa, lleva décadas entregada al cultivo industrial del eucalipto, una especie de crecimiento muy rápido y de escaso valor añadido. Por primera vez, el Gobierno autonómico anuncia una moratoria sobre su plantación y promueve una política forestal de más retorno ambiental: recuperar la vegetación autóctona. Los terroríficos incendios sufridos recientemente empujan un cambio de modelo forestal forzado también por un futuro de cambio climático

Sobre el eucalipto, un árbol australiano de crecimiento rápido, que produce celulosa fácil y sirve para hacer papel casi mejor que otra especie, hay un debate tan extendido como con el tabaco: ya sabemos que no es bueno, pero a ver quién se atreve a prohibirlo. Tanto el eucalipto como el fumar quitan mucha vida, pero también dan muchos ingresos rápidos y sencillos a las arcas públicas y los particulares. Echadas cuentas a largo plazo, lo mismo el saldo global sale negativo, pero lo que importa es el flujo de caja de cada año. Pan para hoy y hambre para mañana.

El eucalipto, un género de árboles con más de 120 especies distintas, es exclusivo de Australia. Pero uno de los lugares del mundo donde más superficie ocupa, fuera de su área natural, es España. A ello han contribuido una serie de circunstancias económicas, sociales, ambientales y de ordenación de montes que tiene que ver con las políticas públicas y forestales iniciadas desde mediados del siglo XX.

Y dentro de España, Galicia se lleva la palma. Tanto es así, que la más verde de las regiones españolas lo es porque está plagada de plantaciones de esta especie foránea, que ha marcado desde hace décadas la configuración del paisaje, la economía, la sociología y los incendios del medio rural gallego. Galicia es una de las regiones del mundo donde el eucalipto está más extendido fuera de su zona ecológica original, con el problema añadido a esta colonización de que esta especie, sumamente competitiva respecto al agua y al suelo, se comporta como un alien en tierra extraña.

Precisamente por ello, y por la importancia que el árbol australiano ha tenido en Galicia desde que fuera precisamente un monje gallego el primero en introducirlo en la Península, es un hecho histórico que el Gobierno autonómico haya iniciado el primer movimiento para ponerle coto.






La Xunta acaba de anunciar que suspenderá las nuevas plantaciones de eucalipto y lanzará un plan para promover el pino y también las especies frondosas de árboles típicas del paisaje histórico gallego.

La Xunta anuncia que limitará el eucalipto y lanzará un plan para promover las especies frondosas de árboles, es decir, las plantas típicas del paisaje histórico gallego

La Xunta, presentó a finales de febrero el plan de diversificación del monte gallego con horizonte 2040, ratificando que se procederá a la suspensión temporal de la plantación de eucalipto en la comunidad en las superficies en las que no se haya plantado hasta el momento de la medida.

Galicia opta por sus árboles de siempre

La Xunta suspenderá las nuevas plantaciones de eucalipto y lanzará un plan para promover el pino y las frondosas, es decir especies de hoja caduca estas últimas y totalmente distintas al siempreverde y sempiterno eucalipto que ocupa muchos terrenos abandonados galaicos.

El consejero de Medio Rural de Galicia, explicaba que se permitirán únicamente las replantaciones de esta especie australiana en territorios donde estaba. “No se legalizará ninguna plantación ilegal, sino que se garantizan los derechos de quienes ya tienen plantado legalmente”, afirmaba.

Todo esto viene al caso de una polémica, aumentada durante años en Galicia. La realidad social ha ido muy por delante de los planes de la administración y las ordenaciones previstas de territorio: ante la despoblación y la falta de perspectivas del medio rural, sembrar eucaliptos se ha convertido en la forma más simple de dar algún valor a un terreno difícil de explotar. Si la Política Agraria Común retira vacas y cuota láctea y si otros productos del campo no dan retornos… ¿Qué hacer con mi terreno?

Debido a ello, Galicia se ha ido pareciendo cada vez más al continente austral. Se han plantado dos veces más hectáreas de este árbol de lo que estaba previsto. Y esas masas de árboles jóvenes y apretados, sumadas al cambio climático y la chispa incendiaria, han dejado imágenes de devastación.

El plan forestal de 1992, que ahora está en plena revisión, preveía que en 2030 habría en Galicia unas 245.000 hectáreas de eucaliptos. Una cifra muy sobrepasada ya en la actualidad -eran más de 420.000 hectáreas en el inventario de 2018-, indican las cifras oficiales. En Portugal, región hermana a Galicia, hay 800.000 hectáreas, pero el país luso tiene tres veces más extensión que Galicia. De modo que es mayor la cobertura de este árbol en el territorio galaico que el portugués incluso.

No es extraño que el gobierno autonómico de la Xunta inicie el proceso para frenar esta dependencia, pues también lo hizo Portugal en 2017, tras los terroríficos incendios que arrasaron cientos de miles de hectáreas de pinos y eucaliptos y causaron decenas de muertos. Ese año, el presidente portugués Marcelo Rebelo de Sousa dictó una moratoria contra el eucalipto y se fotografió en el campo para arrancar él mismo los árboles y plantar encinas y robles.

¿Volverá el castaño a Galicia?

El plan de freno al eucalipto de Feijóo, un plan considerado extremadamente cauto y menor por parte de los ecologistas, va acompañado de medidas des recuperación de biodiversidad y de estímulo a la diversificación productiva del rural gallego.

El conselleiro de Medio Rural, avanzaba que se creará una unidad de sotos de castaño dentro de este departamento, la cual se dedicará exclusivamente a su gestión. En el caso del castaño, el plan forestal prevé actuaciones en 24.000 hectáreas: recuperación de sotos tradicionales (8.000 hectáreas) y para generar madera y producción de castaña (16.000 hectáreas). Hay que recordar que el soto de castaños, quintaesencia del paisaje cultivado gallego, es ahora el paisaje más difícil de encontrar en Galicia.

Todo esto responde a un intento del Ejecutivo por atender mínimamente a las demandas históricas de científicos, conservacionistas, expertos en gestión del territorio, paisanos con memoria de otros tiempos y voces informadas del medio urbano: la política de plantaciones forestales de crecimiento rápido ha convertido a Galicia, y la vecina Portugal, en terreno abonado para el desastre, y más en tiempos de calentamiento global. Lo que era pan para mañana se ha convertido en … incendio para antes de ayer.

Uno de los muchos problemas ambientales del eucalipto, cuando se planta fuera de su territorio, es que, como especie, o género de árbol, exige mucha agua. Además, elimina toda planta bajo su sombra debido a los compuestos químicos que portan sus hojas; y por añadidura, rebrota fácilmente de tocón, con lo cual se ve beneficiado por los fuegos, pues vuelve a brotar mientras que otras especies no lo hacen. A cambio, no hay que mantenerlo mucho y crece rápido, como el bambú. En Galicia bastan turnos de 12-15 años para cortarlo, sin apenas seguimiento ni labores añadidas, empleos ni tareas, y el propietario del terreno obtiene un rédito -menor, eso sí- por ello.

Es la panacea de un mundo rural abandonado. Una hucha o caja de ahorros, como suelen decir en Galicia, que es también la comunidad autónoma con la propiedad más fragmentada del monte en nuestro país, repartida entre particulares o propiedades vecinales de terrenos de escasa extensión. En muchos concejos que han perdido personas y usos del paisaje y ocupación del territorio, lo sencillo es plantar al alien australiano y esperar a que, en una década, la corta ofrezca un rédito. El problema es que, muy a menudo, viene un incendio forestal y se lleva todo por delante.




El motivo de los grandes incendios que padecen Galicia y Portugal no puede atribuirse sin más a determinada especie de árbol; las causas son más complejas

Desde luego, el motivo de los grandes incendios que padecen Galicia y Portugal no puede atribuirse sin más a determinada especie de árbol, como el eucalipto. Es una suma de factores. Por una parte, el abandono rural que ha simplificado el paisaje. Donde antes había un mosaico de terrenos con usos y configuraciones distintas, más resistente por tanto a los incendios por no permitir una fácil extensión de las llamas, ahora hay masas continuas de árboles que ofrecen campo libre a las tormentas de fuego.

En segundo lugar está el estado de conservación de esas masas forestales. Como el turno de corta es rápido y el destino es la pulpa de papel, no requieren grandes mantenimientos silvícolas, tareas de aclarado o podas de formación que permiten ir sacando biomasa del monte como subproducto. De modo que hay conjuntos muy densos de árboles jóvenes y enmarañados, con una sucesión de copas continua y con mucho material combustible acumulado en el suelo. El fuego viaja por arriba y por abajo a toda velocidad, espoleado por los compuestos volátiles e inflamables que porta el eucalipto.

La falta de mantenimiento de los montes también tiene que ver con la fragmentación de la propiedad. Esa masa de eucaliptos presta a arder cada año es la suma de muchos pequeños terrenos de propiedad particular o vecinal. El margen de negocio es tan corto que apenas da para añadir costes de mantenimiento.

Y no hay que olvidar la dispersión de población en Galicia, la región de España con mayor densidad de núcleos habitados por territorio: muy a menudo los montes tocan directamente con aldeas y otros intereses humanos. En caso de incendio, los servicios de extinción tienen que elegir entre salvar casas y vidas o salvar el monte. Y prima lo primero, de modo obvio. Pero esa gigante interfaz urbano forestal, definida por los servicios de extinción de todo el mundo como “la zona estúpida”, aumenta las dificultades de extinción durante los siniestros. Lo hemos visto todos los años con los fuegos amenazando carreteras o núcleos urbanizados.

Y a esto hay que añadir el clima cambiante, que aumenta las condiciones de temperatura, vientos o sequedad ambiental que crean las condiciones ideales para los grandes incendios que estamos viviendo en los últimos años.

Esa gigante interfaz urbano-forestal, definida por los servicios de extinción de todo el mundo como “la zona estúpida”, aumenta las dificultades de extinción durante los siniestros

El círculo vicioso del eucalipto

Determinadas regiones de España han apostado por modelos de negocio forestal de largo plazo. Caso emblemático es la tierra de Pinares de Soria-Burgos. Turnos de corta de 120 años; planificación de montes siguiendo la escuela alemana del XIX; madera de pino de mucho valor añadido y alta calidad en mercados internacionales; implicación de la población en el mantenimiento del plan de negocio y retornos para todos.

Con modelos así, toca apostar, mirar a largo plazo, tejer alianzas y planes estratégicos. De hecho, en el inicio del cambio de modelo, hubo que admitir que sería la generación siguiente la que disfrutaría los réditos. Pero obtendría muchos más y heredaría un territorio más sostenible. Lo que queda es un paisaje funcional, en lo económico, lo social y lo ambiental.

Muchos de los productivos montes sorianos, que no dejan de ser montes pensados para cortar madera y no selvas boscosas, pasan ante los ojos del visitante como eso, como selvas boscosas. Son montes productivos, pero parecen bosques… y casi funcionan como tales. Paisajes ancestrales donde uno conecta estéticamente con lo que la naturaleza tiene de impresionante. Además, ofrecen otros retornos alternativos a la madera: turismo, setas, caza… ingresos paralelos y anuales al imput principal que es hacer la mejor madera de Europa.

Las plantaciones de eucalipto son, sin embargo, eso, plantaciones. No muy distintas de un trigal o cualquier otro cultivo anual. Pero hablamos en este caso de árboles y de cientos de miles de hectáreas de territorio. Y en tiempos de vacío rural y cambio climático, la traducción es: yesca para los incendios.

La excentricidad de nuestro país es haber destinado el mejor territorio forestal europeo, como es el gallego, al modelo forestal de menos retorno y más cortoplacista que hay, como es el del eucalipto, un cultivo forestal depredador de recursos naturales, que da réditos menores y es muy poco intensivo en mano de obra.

Galicia es por suelo, horas de luz y lluvia, el territorio europeo con la mayor capacidad de producción forestal del continente. Nuestra región norteña, que a muchos nos parece lluviosa y gris, es a ojos de potencias forestales como Suecia, Finlandia, Austria o Alemania, el paraíso. El crecimiento de los árboles dura varios meses más que en su territorio y la productividad medida en metros cúbicos por hectárea hace saltar todas su tablas de sitios gélidos.

Visto esto, cuesta entender cómo pudo Galicia, tierra ancestral de castaños y robles, árboles de madera noble y valores añadidos, creadores de suelo y captadores de agua, casarse para siempre con un árbol del desierto como el eucalipto. Pero lo hizo. Y lleva décadas viviendo y padeciendo lo que ese abrazo supone en forma de despoblación, ingresos mínimos y volátiles, pérdida de calidad ambiental y exposición al cambio climático.

Durante mucho tiempo, desde diversas instancias, ya fueran científicas, ecologistas o de protección de la cultura local, se ha denunciado la eucaliptización de Galicia. Ahora, en un cambio sin precedentes en una dinámica establecida en Galicia desde la segunda mitad del siglo XX, el Gobierno autonómico acaba de dar el primer paso para invertir la tendencia y asimilar algunas de esas advertencias: apostar todo el rendimiento forestal gallego al eucalipto no es necesario, rentable, ecológica y económicamente viable y menos en tiempos de cambio climático.





Cuesta entender cómo pudo Galicia, tierra de castaños y robles, creadores de suelo y captadores de agua, casarse para siempre con un árbol del desierto como el eucalipto.

Galicia es por suelo, horas de luz y lluvia, el territorio europeo con la mayor capacidad de producción forestal del continente. Nuestra región norteña, que a muchos nos parece lluviosa y gris, es a ojos de potencias forestales como Suecia, Finlandia, Austria o Alemania, el paraíso. El crecimiento de los árboles dura varios meses más que en su territorio y la productividad medida en metros cúbicos por hectárea hace saltar todas su tablas de sitios gélidos.

Visto esto, cuesta entender cómo pudo Galicia, tierra ancestral de castaños y robles, árboles de madera noble y valores añadidos, creadores de suelo y captadores de agua, casarse para siempre con un árbol del desierto como el eucalipto. Pero lo hizo. Y lleva décadas viviendo y padeciendo lo que ese abrazo supone en forma de despoblación, ingresos mínimos y volátiles, pérdida de calidad ambiental y exposición al cambio climático.

Durante mucho tiempo, desde diversas instancias, ya fueran científicas, ecologistas o de protección de la cultura local, se ha denunciado la eucaliptización de Galicia. Ahora, en un cambio sin precedentes en una dinámica establecida en Galicia desde la segunda mitad del siglo XX, el Gobierno autonómico acaba de dar el primer paso para invertir la tendencia y asimilar algunas de esas advertencias: apostar todo el rendimiento forestal gallego al eucalipto no es necesario, rentable, ecológica y económicamente viable y menos en tiempos de cambio climático.

Cuesta entender cómo pudo Galicia, tierra de castaños y robles, creadores de suelo y captadores de agua, casarse para siempre con un árbol del desierto como el eucalipto