martes, 29 de julio de 2008

Biografía: José Pellicer


La palabra que mejor describe a José Pellicer (1912-1942) es la de revolucionario, calificativo relacionado con un estatus de prestigio que en la actualidad resulta de difícil comprensión, puesto que hoy el prestigio popular va ligado a la imagen más que al ejemplo, y el valor de un hombre es determinado por su cotización en el espectáculo más que por el coraje o la integridad.

Si dejamos hablar a los hechos, José Pellicer pertenece a la estirpe de los grandes hombres, aquellos que han querido acabar radicalmente con la injusticia y la explotación y han puesto toda su inteligencia y todo su empeño en ello, alcanzando en la tarea cotas muy altas. Su trayectoria al servicio de la revolución proletaria es suficientemente explicativa.
Su adhesión a la causa revolucionaria fue tanto más sentida y verdadera por cuanto no estaba basada en motivos económicos, siendo de una familia con medios. Se hizo anarquista por idealismo; su entrega fue siempre altruista, pagando con su persona y buscando la dignidad de los débiles y oprimidos en el combate contra los poderosos y explotadores.

Ejemplar como hombre de acción y como hombre de ideas, Pellicer alcanzó el rango de figura histórica al representar su persona la adecuación ideal entre el pensamiento emancipador de la clase oprimida y la lucha efectiva por su liberación. Fue atraído por el anarquismo en fecha temprana. En 1931, con tan sólo diecinueve años, era secretario del Ateneo de Divulgación Anarquista de Valencia. Su valía y arrojo le hicieron destacar entre los anarquistas valencianos ya que representó al Comité Regional de la Federación de Grupos de Levante en el Pleno Peninsular celebrado en Barcelona a finales de julio de 1932.

Se afilió a la CNT ese mismo año como mecanógrafo. Su militancia revolucionaria fue incesante, participó en todas las luchas insurgentes de su tiempo, en las de 1933 y en la de 1934, padeciendo por ello persecución y cárcel.

Merece destacarse su intento de sublevar el cuartel donde estaba movilizado en la huelga insurreccional de Manresa, en octubre de 1934, por lo que fue juzgado y sentenciado a la deportación. Sus compañeros le sacaron del barco que le debía llevar a Villa Cisneros. Hasta el 19 de julio se pasó el tiempo entrando y saliendo de la cárcel. Su militancia en el grupo “Nosotros” de la FAI, su actividad en los comités de defensa de la CNT y por encima de todo, su intervención en la famosa Columna de Hierro, cuya sola mención hizo temblar durante meses a cuantos partidarios del orden opresivo en la modalidad que fuese la escuchaban.

Con apenas unos centenares de hombres más armados con el entusiasmo que con el material, insuficiente conseguido en el asalto a los cuarteles de la Alameda de Valencia, Pellicer, Rafael “Pancho Villa”, Rodilla, Segarra y demás compañeros libraron batalla en Barracas, Sarrión y Puerto Escandón, haciendo retroceder a los fascistas hasta las puertas de Teruel. Quedó liberada del fascio una extensa zona, aliviándose la presión sobre Castellón y Sagunto.

Entonces brilló no sólo por su arrojo, sino por sus dotes de organizador y estratega de la revolución libertaria, tanto como empezaban a hacerlo Durruti, Máximo Franco o Francisco Maroto. Era culto, políglota, teóricamente preparado, con ideas muy claras a las que sabía dar una expresión incisiva, lo que unido a su alta estatura y voz segura, imponía a quien se le aproximara.
Quienes le conocieron y compartieron sus ideas y objetivos le reconocían una dimensión humana y un carisma nada corrientes, virtudes que resaltaban más al acompañarse de un desinterés y de una humildad admirables. Las necesitó para encabezar una columna compuesta por gente que no reconocía ninguna autoridad y para dar sentido revolucionario a su ímpetu.

La Columna de Hierro colaboró con los campesinos de los pueblos en los que se desplegó, mostrándoles la manera de ser libres. Las primeras experiencias de comunismo libertario tuvieron lugar al calor del combate de los milicianos. La Columna de Hierro actuó a la vez como milicia de guerra y como organización revolucionaria: levantó actas de sus asambleas, publicó un diario (“Línea de Fuego”), distribuyó manifiestos y lanzó comunicados, porque necesitaba explicar sus acciones en la retaguardia y justificar sus movimientos y sus decisiones ante los trabajadores y los campesinos. Una organización tal predica con el ejemplo y deja constancia de él. Esa fue su principal particularidad, que Burnett Bolloten rescató en su libro “El Gran Camuflaje”.

Los historiadores se han portado muy mal con él por la sencilla razón de que jamás han contemplado la guerra civil como una revolución fallida, la última de las revoluciones sostenida por ideales emancipatorios, y han tratado de presentarla como un levantamiento militar y clerical, contra un poder democrático legítimamente constituido. Obrando así, los historiadores tomaban partido por la República y oscurecían adrede el enfrentamiento feroz entre clases que subyacía debajo del manto político republicano. La acción independiente y revolucionaria de toda una clase histórica, el proletariado, fue ninguneada, y con ella sus mejores logros sociales y sus figuras más señeras.

Incluso el dolor y sufrimiento de las víctimas fue obviado. Las fosas comunes sólo se han abierto casi treinta años después de muerto Franco. El interés político de los futuros dirigentes posfranquistas requería una amnesia social y sus historiadores se la servían en bandeja. La democracia española se edificó con el olvido.

Con fondos de la columna, sus compañeros fundaron el diario “Nosotros”, dotando a los grupos anarquistas valencianos de la mejor publicación ácrata que haya habido en la península. “Nosotros” no se atuvo a las directivas oficiales mientras fue controlado por el grupo de Pellicer, y fue portavoz del mejor espíritu revolucionario anarquista.

Pellicer fue herido en Albarracín y separado de la brigada 83, la antigua Columna de Hierro, cosa que aprovecharon los comunistas, mucho más fuertes en el gobierno de Negrín, para detenerle mediante agentes del SIM y llevarle de checa en checa.

No se atrevieron a asesinarle como hicieron con Andrés Nin y tras nueve meses consiguió salir de la checa de la calle Valmajor de Barcelona. En octubre de 1938 fue reintegrado en el Ejército Popular al frente de la brigada 129, pero los comunistas lograron relegarle al mando de un batallón. La partición de la España republicana le pilló en la zona centro.
En los últimos días de la guerra, ya en Alicante, se preocupará, como siempre, de poner a salvo a los demás, aun a costa de su persona. Detenido por los italianos, fue delatado y salvajemente golpeado por los vencedores. En su traslado a Valencia sufrió varios simulacros de fusilamiento. Durante tres años fue llevado de una prisión a otra.

No tuvieron bastante con las torturas y ya que no pudieron destruir su hombría y entereza con palizas y humillaciones lo intentaron con la más pérfida de las maniobras: trataron de corromperle a cambio de perdonarle la vida. Le ofrecieron ir a combatir a los rusos. No sabían sus verdugos que alguien como Pellicer no se vendía, que no había nada en el mundo con qué comprar su honor.

Pellicer se enfrentó a la muerte con serenidad. Fue fusilado en Paterna, junto a su hermano Pedro, compañero de lucha. Aunque hoy tenga tan poco sentido el valor, quizás porque no tenga precio, que quien sienta vibrar en su interior la llama de la rebeldía intente comprender que ese día murieron dos valientes. Sin embargo sus ejecutores no lograrían matar al símbolo, puesto que los hermanos Pellicer simbolizan el lado invencible de la revolución: la conciencia insobornable y el anhelo de libertad.

Ningún poeta ha cantado las hazañas o el calvario de José Pellicer, tan cierto es que la poesía abdicó su función liberadora al postrarse ante la pistola de Líster. Tampoco la vida heroica de José Pellicer no tiene interés para los historiadores que ignoran la revolución social y se limitan a arreglar las apariencias para restar legitimidad al franquismo y poco más.