martes, 10 de septiembre de 2019

Estalinismo, por Agustín Guillamón


AYER

El estalinismo fue una ideología totalitaria, fundamentada en el culto a Stalin, que utilizaba un lenguaje marxista, y se reclamaba (y legitimaba) como continuidad de las tesis de Marx, Engels y Lenin.

A la muerte de Stalin, los dirigentes del Estado soviético y del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), criticaron las "desviaciones" provocadas por el culto a la personalidad de Stalin. La vuelta a una dirección colectiva del PCUS y de la URSS era suficiente (en 1956) para resolver los errores más graves del despotismo de Stalin, denunciados por Kruschov en el XX Congreso del PCUS. A los herederos de Stalin les sobraba, en los años cincuenta, como introducir los principios democráticos en la dirección colectiva del PCUS para declarar que todo estaba arreglado. Para ellos, Stalin fue un fenómeno monstruoso, pero ACCIDENTAL, y en todo caso las manifestaciones perversas del sistema estalinista, debidas al culto a la personalidad, se difuminaban y empequeñecían frente a los "gloriosos éxitos" del sistema soviético. Los errores y horrores de Stalin se limitaban, según los herederos y sucesores estalinistas, al periodo que iba desde principios de los años treinta hasta su muerte en 1953. Esta fue la explicación de los estalinistas sin Stalin, que a nadie convenció , pero que sirvió a todos para echar las culpas de un régimen totalitario, antiproletario y opresor a un solo individuo, y enterrar todo el periodo estalinista bajo la cerradura del olvido, la amnesia y los palimpsestos, esto es, de la sigue "corrección" oportunista de la historia.

Las características de la contrarrevolución estalinista fueron: 

- Terrorismo político imparable, omnipresente y casi omnipotente.
- Imprescindible falsificación de su propia naturaleza contrarrevolucionaria, y de la naturaleza de sus enemigos, especialmente de los revolucionarios.
- Explotación de los trabajadores mediante un capitalismo de Estado, dirigido por el Partido-Estado, que militarizó el trabajo y aplicó el terror estatal en la vida cotidiana.

El aislamiento de la revolución rusa, unido a las catástrofes de la guerra civil, el caos económico, la miseria y el hambre, fueron ensanchar los terribles errores de los bolcheviques, entre los que destacaban la identificación entre Partido y Estado, que condujeron al triunfo inevitable de la contrarrevolución estalinista, desde el propio partido bolchevique, que había impulsado la revolución soviética de Octubre de 1917.


La contrarrevolución estalinista fue pues de carácter político, destruyó toda oposición política e ideológica, reprimió duramente movimientos y grupos proletarios, indudablemente revolucionarios, y persiguió hasta el exterminio físico a los que manifestaron la más mínima disidencia, ya fueran dentro o fuera del partido único bolchevique.

La contrarrevolución conquistó el monopolio del poder por el propio partido bolchevique, se afianzó en las medidas de nacionalización y concentración económica estatal (capitalismo de Estado) y en la transformación del Partido bolchevique en un Partido-Estado, dirigido por el comité central de un partido único, sometido a la tiranía de su secretario general y padre de la patria.

La acertada crítica anarquista al leninismo y el estalinismo se encuentra en la teoría y la práctica de los anarquistas y anarcosindicalistas españoles de los años treinta, que denunciaron de raíz las concepciones y derivas totalitarias de la revolución rusa. La insurrección proletaria de mayo de 1937 fue el primer levantamiento obrero contra los estalinistas (y el gobierno de la Generalitat). Algunos teóricos marxistas también criticaron el leninismo y el estalinismo desde sus orígenes, fundamentalmente desde el consejismo: Gorter, Pannekoek, Korsch.

En 1956 los tanques rusos fueron aplastar la sublevación de los trabajadores húngaros, en 1968 la del pueblo checoslovaco. En cada una de estas ocasiones los intelectuales burgueses renegaban de su pasado estalinista. El atraso económico del capitalismo del Estado soviético, las tímidas reformas políticas, las aspiraciones nacionalistas y la tiranía ejercida por el partido único sobre la vida militarizada los trabajadores produjeron entre 1989 y 1992 la caída del sistema estalinista en toda Europa, lo que provocar la desaparición de la Unión Soviética, sustituida por una multitud de nuevos estados. No hubo nunca un p
aso del comunismo al capitalismo, porque en la Unión Soviética y otros países estalinistas no había existido nunca una sociedad o economía auténticamente socialista. Sólo se produjo una modernización del caduco y obsoleto capitalismo "de Estado", que adoptó sin demasiadas dificultades las formas políticas y económicas del capitalismo "de mercado" occidental, convirtiéndose en multimillonarios los viejos burócratas y los dueños del aparato estatal y del partido único.

A finales de la España franquista los estalinistas del PCE y del PSUC fueron la organización más fuerte del antifranquismo, que con su política de reconciliación nacional lograron un pacto social y político, la llamada Transición / Transacción, que amnistió todos los crímenes de la dictadura fascista y permitió la continuidad de los poderes fácticos y financieros.

Durante los años ochenta todos los partir estalinistas desaparecieron en la nada o se escondieron bajo siglas vergonzosas de sus antepasados ​​estalinistas. 

HOY

Hoy no hay estalinistas, o dicho con más exactitud, todos los antiguos estalinistas llaman a sí mismos socialdemócratas o leninistas o de cualquier otro tipo. Hace feo decirse estalinista. Aquellos que se llaman socialdemócratas optan por la vía reformista y gradual del capitalismo y pretenden ser, como los progres del PSOE, los mejores gestores del capitalismo. Los que se llaman leninistas son los partidos de carácter sustitutorio y por una especie de despotismo ilustrado de unos pocos iluminados, que casa muy bien con la clase media desamparada por el desaparecido Estado del bienestar, que quieren rehacer.

Los nuevos estalinistas, con dosis muy fuertes de populismo, patriotismo y demagogia, lo confían todo en el Estado, considerado como un padre benevolente que vela por el bienestar de sus ciudadanos, en contra de los intereses del capital internacional y de los mercados financieros. Viejos y nuevos estalinistas son corrientes muy fuertes dentro Podemos, Iniciativa o Izquierda Unida. Instauran un maniqueísmo absurdo y surrealista: ellos son los buenos y todos los demás son demonios, anarquistas y gusanos. Siempre listos para la caza de brujas contra todo tipo de oposición, ya sea demócrata o sobre todo si es revolucionaria. Quieren gobernar para el pueblo y en lugar del pueblo y por sus acólitos.

Así lo dicen y así lo hacen hasta el día en que aquellos que siguen mandando de verdad les dicen bastante: entonces giran cola, se envuelven en la bandera y piden sacrificios por la patria, aunque todo lo que estén haciendo no sea otra cosa que obedecer la voz de sus dueños. 

Artículo de Agustín Guillamón
Ser Histórico. Portal de Historia