viernes, 17 de mayo de 2019

Proletarios de todos los países… ¡interroguémonos!

 
 
¿Qué papel se me ha reservado en la sociedad en la que vivo? ¿Cuál es mi condición? ¿Qué posibilidades se me ofrecen de mejorar? ¿Cómo estoy gastando mi vida? ¿En qué estoy intentando convertirme? ¿En qué me estoy convirtiendo realmente?

Si cada uno de nosotros volviera a plantearse seriamente estas cuestiones, si los proletarios se las volvieran a plantear una tras otra, seguramente la misma clase obrera empezaría a acordarse de su propia existencia, a mirarse a la cara e interrogarse sobre su propio cambio, su cambiante fisonomía, sobre sus propias condiciones y perspectivas, sobre lo que como tal soportamos y sobre los modos en que eso colabora a la propia sujeción. Seguramente la aislada comunidad de los oprimidos esparcida por todo el mundo volvería a reconocer en el semblante de los migrantes que lo atraviesan no a parásitos o invasores, como nacionalismos y regionalismos enseñan, sino a potenciales aliados, y a recordar que quien está asalariado, en paro o desposeído, ya sea individuo o grupo, cuanto más aislado está, más jodido estará.

¿Qué significa hoy ser “proletario”? Estamos frente a uno de esos casos en los que los desarrollos históricos han hecho cada vez más denso el significado inmediato de un término: proletario es, hoy como ayer, el explotado, el que trabajando toda la vida llega a duras penas y con sacrificios cotidianos, a conseguir sobrevivir y poco más.

Por otra parte, parece evidente para cualquiera que sufra las consecuencias o siquiera ojee alguna estadística, que en las últimas décadas y a nivel global, tanto la explotación del proletariado como el proceso de proletarización han dado saltos adelante, registrando acelerones que han demolido ese mínimo control que las clases trabajadoras habían ganado en la segunda mitad del siglo XX con varios ciclos de lucha, y han hecho precipitarse a la condición de proletariado a muchas personas y familias que anteriormente habían gozado de una condición burguesa y de un cierto desahogo.

La existencia de cada pequeño o medio burgués, como la de cada proletario, no muy distinta de la del que está peor porque lo han arrojado al margen o fuera de los confines de cualquier comunidad, hoy está ligada con hilos que él no mueve, sobre cuya trayectoria no tiene herramientas para influir.

La cada vez mayor y ya extrema desigualdad en la distribución de las vías de acceso a los recursos, y la utilización desenfrenada, destructiva y suicida que los aparatos financieros e industriales de todo el mundo persiguen y obtienen –y los Estados garantizan– con la complicidad en parte forzada y en parte equívoca a través del condicionamiento mental de los consumidores, amenaza y aflige hoy, objetivamente, a la gran mayoría del género humano.

Proletarios de todo el mundo: si la mayor parte de nosotros continúa dejando hacer al manipulador o, peor aún, si le deja convertirse en su celoso ejecutor, poniendo sus esperanzas en este o en el otro partido que promete un buen gobierno, en este o en el otro empresario que promete a sus empleados el camino de la emancipación social, en este o en aquel Estado que asegura tutelar y encarnar sus intereses, ni para nosotros ni para nuestro prójimo, ni para nuestros hijos y nietos habrá tregua.

Explotados y oprimidos de cualquier lugar y condición, recomencemos a reconocernos uno al otro, a interrogarnos sobre nuestra condición y posibilidades, sobre lo que nos diferencia y lo que nos une, sobre las nuevas formas de expropiación del saber, poder y “derechos”, de explotación y autoexplotación, sobre nuestros puntos fuertes y débiles, y repartamos por la sociedad lugares en los que pueda hacerse.

Comencemos por recordar lo que en un tiempo estaba claro para la mayoría de nosotros: entre quien roba algo por hambre en un supermercado y su legítimo propietario, quién es el verdadero ladrón.

Nos va la vida nuestra y, en el fondo, la de todos: porque burgués o proletario se nace, pero en defensor de los intereses de una clase contra los de otra, se convierte uno, y porque a lo peor no hay dique si ese dique no se crea desde abajo. 
 
Marco Celentano
Periódico "Tierra y Libertad" nº 368