miércoles, 9 de mayo de 2018

El National Memorial for Peace and Justice, un museo dedicado a las víctimas de los supremacistas blancos estadounidenses




Es un edificio sencillo en el estado de Alabama. Un edificio que se alza casi como centro de rehabilitación, necesario para que un país asuma la responsabilidad de sus delitos de odio y exprese el debido arrepentimiento. Un país, los Estados Unidos de América, al que no se le ha exigido cumplir ni de cerca las deudas contraídas en los años de esclavitud del pueblo afroamericano. 

El National Memorial for Peace and Justice o Memorial Nacional por la Paz y la Justicia, está enclavado en un terreno de dos hectáreas con vista a la capital del estado de Alabama, está dedicado a las víctimas de los supremacistas blancos estadounidenses. Y reclama una toma de conciencia de una de las atrocidades menos reconocidas del país: el linchamiento de miles de personas negras en una campaña de décadas de terrorismo racista.



En el centro hay un lúgubre claustro, un espacio con 800 columnas de acero envejecido que cuelgan de un techo. En cada columna está grabado el nombre de un condado de los Estados Unidos y el de las personas que fueron linchadas allí, en su mayoría mencionadas por su nombre pero muchas simplemente con la palabra “desconocido”. Al principio uno tiene las columnas a la altura de los ojos, como las lápidas que rara vez recibían las víctimas de linchamientos. Pero a medida que se avanza, el piso gradualmente desciende y, para cuando se llega al final, las columnas cuelgan en lo alto, dejando a uno en la misma posición que los insensibles espectadores de las viejas fotografías de linchamientos públicos.

La magnitud de la matanza es desgarradora, tanto más cuando se la acompaña con las circunstancias de los linchamientos, algunos de los cuales están descritos en breves resúmenes a lo largo del paseo: Parks Banks, linchado en Mississippi en 1922 por llevar la fotografía de una mujer blanca; Caleb Gadly, colgado en Kentucky en 1894 por “caminar detrás de la esposa de su empleador blanco”; Mary Turner, quien después de denunciar el linchamiento de su esposo por una violenta turba de blancos, fue colgada cabeza abajo, quemada y luego destripada hasta que el hijo que llevaba en su vientre cayó al suelo. 



No hay nada como esto en el país. Ese es el punto en cuestión.

Bryan Stevenson, es el fundador de "The Equal Justice Initiative", la organización sin fines de lucro responsable del memorial.

Stevenson y un pequeño grupo de abogados pasaron años revolviendo archivos y bibliotecas de condados para documentar los miles de linchamientos por terrorismo racial ocurridos en todo el sur. Han catalogado casi 4.400 en total. Inspirándose en el Monumento del Holocausto de Berlín y el Museo del Apartheid de Johannesburgo, Stevenson decidió que un único memorial era la manera más impactante de dar idea de la magnitud del derramamiento de sangre. Pero en el sitio también hay duplicados de cada una de las columnas de acero, dispuestas en hileras como ataúdes, con el propósito de ser distribuidas por todo el país en los condados donde se llevaron a cabo los linchamientos. Los habitantes de esos condados pueden solicitarlas –ya se han presentado decenas de pedidos- pero deben demostrar que han hecho esfuerzos en el ámbito local para “resolver la injusticia racial y económica”.



En el caso de Stevenson, los planes para el memorial y el museo que lo acompaña surgieron de las décadas que pasó en las salas de justicia de Alabama, como testigo de un sistema de justicia penal que trata a los afroamericanos con particular crueldad o indiferencia.

Desde 1989, la Equal Justice Initiative ofrece servicios legales a las personas pobres que están presas, trabajando duro en una ciudad inundada de monumentos confederados, en un estado que tiene la tasa per cápita de sentencias de muerte más alta del país. Prácticamente todos los miembros del equipo son abogados con clientes en el sistema penitenciario pero continuaron trabajando a tiempo completo en la defensa legal mientras reunían trabajosamente los nombres de los linchados y planeaban el memorial.

Stevenson, cuyos bisabuelos habían sido esclavos en Virginia, ha escrito sobre la “misericordia justa”, la idea de que a aquellos que han cometido faltas graves debería dárseles la oportunidad de redimirse. Es una convicción por la que ha abogado en nombre de sus clientes durante toda su carrera, y cree que es válida incluso para el Estados Unidos blanco cuya brutalidad está reflejada en el memorial.



“Si creo que cada uno de nosotros es algo más que lo peor que ha hecho en la vida, tengo que creerlo para todos”.

Pero esta historia tiene que ser reconocida y su destructivo legado debe ser enfrentado, señaló. Y esto es particularmente difícil en “la sociedad más punitiva del planeta”. La gente no quiere reconocer las malas acciones en los Estados Unidos, mantiene Stevenson, porque sólo espera un castigo. No me interesa hablar de la historia de EE.UU. porque quiera castigar a EE.UU. Quiero liberar a EE.UU. Y creo que es importante que lo hagamos como organización que ha creado una identidad que está lo más disociada posible del castigo”.

Las oficinas de la iniciativa están a unas manzanas de distancia, en un edificio que antiguamente era un depósito del gran mercado de esclavos de Montgomery. Ahora es la sede del Legacy Museum, la pieza que acompaña al memorial. 



De mercado de esclavos a museo​

No es un museo convencional, lleno de objetos y comentarios indiferentes. Quizá sea mejor definirlo como la presentación del argumento, sostenido por relatos de primera mano y documentos contemporáneos, de que el sistema esclavista no desapareció sino que evolucionó: del tráfico nacional de esclavos que destrozaba familias a las décadas de linchamientos, la sofocante segregación de Jim Crow y la era del encarcelamiento masivo en que vivimos ahora.

El museo termina con un gesto orientado al futuro. Junto a la salida hay una sección con un puesto de inscripción de votantes, información sobre oportunidades de voluntariado y sugerencias sobre cómo hablar de todo esto con los estudiantes. Dado lo que hay antes, parece una discordante expresión de confianza en la posibilidad de cambio. Pero tiene su razón de ser. 



Entre los relatos que ofrece el museo está el de Anthony Ray Hinton, que pasó 28 años en el corredor de la muerte después de ser injustamente declarado culpable de dos asesinatos por un jurado integrado sólo por blancos. Las razones por las que era inocente parecían claras, pero los abogados de la Equal Justice Initiative pasaron 16 años trabajando por su libertad, presentando apelaciones hasta llegar a la Suprema Corte. Hinton sabe por experiencia propia lo obcecada que puede ser la injusticia, pero es terminante: si la gente se diera por vencida por desesperación, él estaría muerto.

En medio del memorial se eleva una loma cubierta de hierba. Desde ella se puede ver la silueta de Montgomery a través de la espesura de las columnas colgantes, el río donde se vendían los esclavos y el edificio del Capitolio del estado que en otro tiempo albergó a la Confederación, cuyos monumentos el actual gobernador de Alabama ha jurado proteger. Es una vista impactante, uno se rodea de todos lados por los nombres de los miles que fueron atropellados, juzgados en forma instantánea y perversamente ejecutados.