domingo, 24 de febrero de 2019

CNT-AIT; Pto. Real: resumen charla "La Semana Trágica: Huelga de La Canadiense"


ANTECEDENTES

Mateo Morral Roca fue un anarquista español y bibliotecario de la Escuela Moderna. Se le conoce como autor del atentado contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia el 31 de mayo de 1906, día de su boda.

El 13 de octubre de 1909, Francisco Ferrer i Guardia, pedagogo y fundador de la Escuela Moderna, fue fusilado en los fosos del castillo de Montjuic de Barcelona. No hizo falta mucho tiempo para que se confirmara el montaje judicial organizado por la justicia militar y el gobierno de la época. Necesitaban encontrar a un culpable del levantamiento popular de la población de Barcelona y alrededores y se ensañaron con Ferrer i Guardia.

La Escuela Moderna

El proyecto fundamental de la vida de Francisco Ferrer Guardia es la Escuela Moderna, abierta en Barcelona, a partir de 1901. "Se llevará a cabo una enseñanza inspirada en el libre pensamiento, mediante la práctica de la coeducación de sexos y de clases sociales, la insistencia en la necesidad de la higiene personal y social, el rechazo a los exámenes y todo sistema de premios y castigos, y la apertura de la escuela a las dinámicas de la vida social y laboral, y con la organización de actividades de descubrimiento del medio natural. Los niños y niñas tendrán una insólita libertad, harán juegos y ejercicios al aire libre, y uno de los ejes del aprendizaje lo constituirán sus propias redacciones y comentarios de estas vivencias. Una rotura verdaderamente revolucionaria con los métodos tradicionales.

LA SEMANA TRÁGICA

Los sucesos conocidos como la Semana Trágica se desarrollaron entre el 26 de julio y el 1 de agosto de 1909. El desencadenante fue el envío de tropas para combatir en Marruecos. Una vez perdidas todas las colonias de ultramar en 1898, la Monarquía de Alfonso XIII inició una política imperialista en el norte de Marruecos. En la zona del Rif se explotaban unas minas en las que tenían importantes intereses el conde de Romanones, los Güell y el marqués de Comillas. El 9 de julio, los rifeños atacaron la construcción de un ferrocarril que iba desde las minas hasta Melilla. Murieron cuatro obreros. Viendo el peligro que representaba para el mantenimiento de la explotación minera, el gobierno decretó una orden de movilización.
 
 
El malestar se extendió con rapidez, especialmente por la llamada a los reservistas -la mayoría de ellos casados y con hijos-, que debían abandonar trabajo y hogar para defender los intereses de los aristócratas capitalistas. Además, en esa época, pagando la cantidad de 1.500 pesetas se podía evitar el servicio militar, pero el salario básico ni siquiera llegaba a 3 pesetas. Los ricos evitaban el reclutamiento y los obreros y los campesinos iban a la guerra. Los primeros embarques de soldados se realizaron sin especiales problemas, pero fueron llegando noticias de los enfrentamientos y muertes en África y el ambiente cambió. El 18 de julio se produjeron las primeras protestas en el puerto de Barcelona. Cuando los soldados bajaban por las Ramblas en dirección al puerto, una multitud, con presencia destacada de esposas y novias de los soldados, empezó a gritar: “Abajo la guerra”, “Que vayan los ricos”. Desde el 21 de julio se sucedieron numerosos actos de protesta en Barcelona y alrededores.

El 23 se produjeron choques con la policía en la salida de un tren de reservistas. Ocurrirá también durante la Semana Trágica, en la que los republicanos lerrouxistas y los nacionalistas catalanes dejarán solas a las clases trabajadoras.

La idea de una huelga general se extendió por muchas ciudades que, sin embargo, no llegaron a coordinarse para iniciarla el mismo día. En Barcelona se formó un comité de huelga compuesto por anarquistas y socialistas y se acordó empezar el lunes día 26 de julio. La masiva respuesta alcanzó toda la zona metropolitana de Barcelona y las ciudades importantes de Cataluña, con las mujeres jugando un papel importante en la extensión del movimiento y en el cierre de las tiendas de los barrios. Durante cuatro días la ciudad estuvo en manos de los huelguistas. El gobierno declaró el estado de guerra y cundieron los enfrentamientos. La ira popular se expresó en la quema de conventos e iglesias (unos treinta), fiel reflejo del hartazgo de las clases populares contra la alianza del Ejército y la Iglesia. Se enviaba a los hombres a combatir en África y la Iglesia lo bendecía. La derecha y el gobierno se lanzaron a una brutal campaña, primero mintiendo al decir que el levantamiento tenía un cariz separatista y luego abusando y exagerando sobre la quema de iglesias. Las acciones anticlericales provocaron tres muertes, una de ellas por humo, mientras que la represión policial y militar mató a un centenar de personas.

La Semana Trágica fue un levantamiento popular más espontáneo que organizado. Hasta el gobernador civil, Ángel Ossorio, tuvo que reconocer que “en Barcelona nadie prepara una revolución, por la simple razón de que siempre está preparada…

El viernes, 30 de julio, unos diez mil soldados ocuparon Barcelona, y aunque algunos barrios resistieron, al día siguiente la rebelión quedó sofocada.

La farsa de juicio

Asustadas por los acontecimientos, las clases dirigentes iniciaron una dura represión: más de 2.000 personas fueron procesadas y encontraron como cabeza de turco a Francisco Ferrer i Guardia.

El Tribunal Militar sentenció la pena de muerte. El día 10 de octubre, el Capitán General de Cataluña confirmaba la sentencia; el 12, el gobierno daba el visto bueno y el 13, a las 9 de la mañana, en los fosos del castillo de Montjuic era fusilado Francisco Ferrer i Guardia. 


HUELGA DE LA CANADIENSE

Un paro en la principal empresa eléctrica de Barcelona el 21 de febrero de 1919 dejó la ciudad sin luz y alentó una de las mayores movilizaciones obreras de su historia

A las cuatro de la tarde, Barcelona se quedó sin luz. Bajaron las persianas los almacenes El Siglo, en la Rambla, y buena parte de los cines y teatros. El Banco de España paralizó sus operaciones, los tranvías se frenaron en medio de la calle y los periódicos de aquel 21 de febrero de 1919 no llegaron a imprimirse. Los empleados de La Canadiense, la principal eléctrica de la ciudad, se fueron aquel día a la huelga sin saber que los apagones que provocaron con su protesta serían la chispa que encendió una de las mayores movilizaciones obreras de la historia de España.
 
 
Los acontecimientos se precipitaron de tal forma que, del despido de ocho oficinistas de la eléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro -conocida como La Canadiense por ser filial de una firma norteamericana- se pasó, en apenas dos meses, a la aprobación de un decreto sin precedentes: el de la jornada laboral máxima de ocho horas, que se mantiene hasta el día de hoy. En medio, la capital catalana vivió su huelga más sonada, paros en todos los suministros, detenciones masivas, de miles de obreros, una declaración de estado de guerra y el inicio de la reacción paramilitar de la patronal.

El miércoles 6 de febrero se cumplió un siglo del inicio del conflicto de la Canadiense. Ese día los oficinistas de la empresa empezaron una huelga de brazos caídos en solidaridad con ocho compañeros despedidos tras quejarse por una rebaja de 25 pesetas en su sueldo. La protesta fue contagiando a las distintas secciones hasta que el 21 de febrero se decretó la huelga general en la empresa. “Se desconectaron todas las máquinas y los cables de corriente y quedaron paralizados todos los servicios”

Ese día empezaron los cortes de luz en la ciudad. Más que un apagón total durante días, fueron parciales y intermitentes, puesto que “el Estado se incautó de los servicios y trató de restablecerlos con ingenieros militares, pero esos no tenían la misma pericia, según el historiador Marinello, y además cada día se iban sumando otros sectores a la huelga, entre ellas los obreros de las fábricas que sin energía no podían funcionar.

“Día 26 de febrero. La huelga entra en un período clave”, los trabajadores de la Compañía General de Aguas de Barcelona, que abastecía el 90% de los hogares de la ciudad, habían abandonado sus puestos en solidaridad con sus colegas de La Canadiense. Hasta los faroleros de la ciudad se sumaron al paro, dejando la tarea de encender el alumbrado público -que entonces funcionaba con gas- en manos de los soldados.

Jugó un papel determinante en la expansión de la huelga la CNT, que vivía en esos años “el momento estelar de su desarrollo”. El sindicato había multiplicado por cuatro sus afiliados entre junio y diciembre de 1918 hasta alcanzar los casi 350.000. Su capacidad de presión era tal que hasta su sectorial de Artes Gráficas implantó durante la huelga de La Canadiense la llamada “censura roja”: se negaban a imprimir noticias contrarias a la movilización obrera.

La victoria de los huelguistas

El director gerente de La Canadiense, Fraser Lawton, llegó a amenazar a principios de marzo con despedir a todos sus empleados si no volvían al trabajo. Muy pocos se presentaron. Se llegó a decretar el estado de guerra y miles de huelguistas movilizados para volver a sus puestos se negaron a hacerlo y fueron encarcelados. No fue hasta el 14 de marzo que, con la llegada a Barcelona de un nuevo Gobernador Civil, Carlos Montañés, se empezaron a entablar las negociaciones que desembocarían en una victoria clara de los huelguistas, al menos en el caso de La Canadiense.

Readmisión de todo el personal, aumento de sueldo, compromiso de no represaliar a nadie… Y jornada de ocho horas. Estas fueron las demandas que asumió la dirección. Sin embargo, para que la nueva jornada laboral tomara forma de decreto para todos los trabajadores hubo que esperar dos semanas más, hasta principios de abril, y asistir a una nueva oleada de paros en la capital catalana, esta vez con una patronal mucho más organizada y con su propia policía: el llamado somatén.

Pero antes, la CNT se había dado por satisfecha ante los compromisos de mejoras laborales y de liberación de los presos, conseguido a caballo del acuerdo de La Canadiense. Uno de los que salieron de la cárcel fue Seguí, El Noi del Sucre, que en una asamblea en la plaza de toros de Las Arenas convenció a miles de obreros de volver al trabajo al día siguiente. El problema es que, en la práctica, la patronal no cumplió con sus promesas, con lo que el 24 de marzo se llamó de nuevo –y esta vez, oficialmente– a la huelga general.

España se convirtió en el primer país europeo en darle forma legislativa, aunque esa era una reivindicación histórica que se estaba abriendo paso en todo el mundo.

La reacción de la patronal

El Ejército, capitaneado por Joaquín Milans del Bosch, se puso de acuerdo con la burguesía catalana para reprimir a los huelguistas.

Se militarizó la ciudad, se decretó el toque de queda pasadas las 23 horas y se puso a patrullar las calles a casi 10.000 hombres armados con fusiles, del somatén, que perseguían a los sindicalistas.

Dimitido Romanones, la patronal se sintió legitimada para redoblar la presión y llegó a llevar a cabo varios lock out, es decir, cierres de empresas para perjudicar a los trabajadores. Entre 150.000 y 300.000 obreros llegaron a estar semanas parados por culpa de esa táctica de los empresarios en diciembre de 1919, según los estudios de la historiadora Soledad Bengoechea. El choque entre ambos colectivos derivaría en los años siguientes en la violencia del pistolerismo, que dejaron más de 250 muertos hasta 1923

El Sindicato Libre y la época del pistolerismo

Nos situamos a finales de 1919 y la famosa huelga de ‘La Canadiense’ ya ha pasado. El diez de diciembre de ese mismo año, el carlista Ramón Sales, se reunía con varios militantes carlistas y miembros del Centro Obrero Legitimista. El objetivo de esa cita era crear la Corporación General de Trabajadores de los Sindicatos Libres de España, lo que pasaría a la historia como el Sindicato Libre o simplemente “El Libre”. De forma paralela a esto, el día doce de diciembre de 1919 se convertía en Primer Ministro de España el maurista Manuel Allende Salazar, el cual puso como Gobernador Civil de Barcelona al Conde de Salvatierra. Comenzaba así un recrudecimiento de la presión -y represión- patronal contra el movimiento obrero (especialmente anarquista), la cual se caracterizaría por una connivencia en materia represiva entre las fuerzas de seguridad del Estado, los sicarios de la patronal y los carlistas del recién nacido Sindicato Libre.

Desde mediados de 1921 hasta octubre de 1922, el Libre comenzó a establecer acuerdos con Martínez Anido que por aquel entonces era Gobernador Civil de Barcelona y el jefe de la policía Arlegui además del cardenal Juan Soldevilla, primado de Zaragoza, consiguiendo así su protección. También se establecieron acuerdos de financiación con la Unión Patronal, presidida por Félix Graupera, y hasta con el propio presidente Eduardo Dato, el cual utilizó fondos públicos para financiar al Sindicato Libre.

La época del pistolerismo fue uno de los episodios más duros de la historia de Cataluña, en lo que a violencia política se refiere, donde la guerra social entre la burguesía y el proletariado llegó a cotas sin precedentes y que no serían superadas hasta la Revolución Social de 1936. Ante la increíble fuerza que estaba consiguiendo CNT, tanto en afiliación como en procedimientos de lucha, la patronal se las tuvo que ingeniar para poder poner fin, de forma total o parcial, al movimiento obrero en general y al anarquista en concreto. La clase empresarial catalana de la época usó tres ‘armas’ para luchar contra el movimiento anarcosindicalista: declarar lockouts, ‘comprar’ tanto a políticos como a cuerpos de seguridad del Estado y armar a pistoleros-sicarios para eliminar físicamente a sindicalistas de la CNT. La patronal utilizó todas estas ‘estrategias’ para combatir al sindicato CNT convirtiendo así las calles de Barcelona en un auténtico campo de batalla donde el único seguro de vida de cualquier trabajador afiliado a la CNT era portar un arma de fuego encima.

Este nuevo método de lucha, fue empleado de forma necesaria por el movimiento anarcosindicalista para defenderse ya no solo de los ataques propios de la clase burguesa contra la clase trabajadora, sino también para aguantar las embestidas del Estado y lo que algunos historiadores catalogaron como ‘plan de exterminio’ de los cuadros de la CNT.

Fue a partir de la formación del nuevo Gobierno de Allende Salazar que el Estado comenzó a trazar un plan de ataque contra la CNT y todo el movimiento anarquista. El prólogo de ese plan de ataque se haría con una gran puesta en escena de 45.000 voluntarios del Somatén marchando por el Paseo de Gracia el 24 de abril de 1921.

La época del pistolerismo se saldó con más de 800 atentados y 226 víctimas mortales, según datos oficiales porque fueron muchísimos más, sobre todos compañeros del sindicato, entre ellos: Francesc Layret (abogado de la CNT), y los Secretarios Generales de la CNT : Evelio Boal y Salvador Seguí ‘El noi del sucre’.

A MODO DE CONCLUSIÓN:

Es evidente que los hechos de la Semana Trágica y la Huelga de la Canadiense, no son respuestas puntuales y espontaneas de la clase obrera, como sesgadamente se le acusa al movimiento libertario desde la “ciencia marxista”; es el resultado de muchísimos años de luchas y organización en la defensa de los más desprotegidos y cuya culminación la tenemos en la revolución social que se dio en España, –a raíz del golpe fascista de 1936–, gracias en gran parte , por el espíritu revolucionario y colectivista del movimiento anarquista y anarcosindicalista.

La fundación de la primera internacional en Londres 1866 y su implantación en Cataluña en 1868 y en el resto del país un año después, con la impronta ideológica colectivista de Miguel Bakunin, dio un impulso extraordinario a la conciencia internacionalista de los obreros españoles. La clandestinidad y su renovación fue una constante hasta que desaparecida surgió Solidaridad Obrera en Cataluña como paso clave en el nacimiento de la CNT-AIT.

El asesinato de Ferrer y Guardia y la financiación y apoyo a una organización de pistoleros para acabar con la CNT-AIT, tras la huelga de la Canadiense por parte del estado monárquico de Alfonso XIII, y el en el caso más reciente, el montaje del atentado del Escala en 1977, donde se acusa falsamente a la CNT-AIT de ser los autores y donde por cierto, murieron cuatro compañeros de nuestro sindicato, es la prueba evidente del miedo que le tienen a una idea emancipadora que promulgue y combata el poder de los estados, sin importar en la manera que se vista. No se puede entender la magnitud del movimiento social de los anarquistas y anarcosindicalistas sin su estrategia y convencimiento basado en su concepción de la acción directa y sin intermediarios en la resolución de los problemas y tal es así que: La emancipación de la clase obrera, habrá de ser lograda directamente por ella misma, o jamás lo será.

CNT-AIT Puerto Real 
Biblioteca “José Luis García Rúa”